10/3/11

Entre modas: Ciudades del conocimiento y el DFashion



Quienes vivimos en la capital mexicana seguramente hemos escuchado recientemente en voz de nuestros funcionarios públicos locales un acento notable sobre la necesidad de convertir la Ciudad de México en una ciudad global sustentada en una economía del conocimiento.

Grosso modo, una economía basada en conocimiento es un modelo económico en el cual se pretende fomentar la generación de conocimiento cuya aplicación permita desarrollar innovaciones técnicas que propicien la generación de valor, ya sea de forma directa o agregada (plusvalía). La forma como esto se consigue es a través de la conformación de una triada o alianza entre el gobierno, el sector empresarial y las universidades, jugando cada una de estas un rol esencial y complementario entre sí.

Para fomentar la generación de Ciudades del Conocimiento se esta propiciando la creación artificial de clústers donde se aglutinen instituciones, empresas e investigación sobre temas en particular. En el caso de la Ciudad de México se han empezado a generar los primeros intentos en creación de clústers, siendo el caso más sonado el proyecto Biometrópolis enfocado al desarrollo de innovación tecnológica en materia de servicios de salud.

Toda esta serie de conceptos que para muchos hablan de una ciudad de vanguardia suenan tremendamente alejados de la realidad cotidiana de la gente común; y por “gente común” no sólo me refiero al habitante promedio del DF quién no se ve directamente involocrado, vaya, que ni siquiera conoce este tipo de proyectos, sino que también me refiero a la gran cantidad de pequeños y medianos empresarios, académicos y profesionistas que quedan al margen de estos proyectos de gran magnitud pensados en una oficina de algún edificio de Reforma. La interrogante que surge en este momento es ¿Cómo podemos convertirnos en una ciudad del conocimiento sin una respectiva sociedad del conocimiento? ¿Cómo se construye una sociedad del conocimiento?

Esta semana se llevó a cabo el DFashion que es algo así como la pretensión mexicana de la Semana de la Moda de París. Empezó el domingo y concluirá el día de mañana. Más allá de mi opinión estética del evento (que por salud mental prefiero no comentar), mi principal crítica va encaminada hacia la forma en que “grandes iniciativas” de “mentes creativas” no son sino copias tropicalizadas de eventos internacionales reconocidos. El DFashion es un ejemplo claro de esto; un evento que se destacó por la aparición de la farándula nacional, el glamour del mundo de la moda y los grandes patrocinadores ... sin embargo, si algo nos ha enseñado la literatura dramática es que todas las grandes alegrías terminan en tragedia: A diferencia de Francia, en México la moda aún no es un negocio rentable.

El sector de la alta costura en México es casi inexistente (creo que sobra decir por qué) y ya no hablemos de que sea rentable. Basta dar un recorrido por la ciudad y veremos que en México el vestir a la vanguardia no es una prioridad cultural, al menos no para una gran y amplia mayoría de la población. A veces es importante reconocer nuestros hábitos, usos y costumbres para poder determinar nuestras limitaciones, pero también nuestras oportunidades.

El buen Nietzsche decía; “Si quieres ver la modernidad, mira hacia el pasado”. El “clúster” es una palabra de uso reciente y mercadotécnicamente muy atractiva, no obstante el concepto no es algo nuevo. Cuando visitamos el centro histórico del DF podemos encontrar vestigios de lo que fue el comercio a través de los siglos; calles completas enfocadas al comercio y servicios de temas en particular: Mesones; papelería y artículos de oficina, República del Salvador; electronicos, Bolívar; instrumentos musicales, Mixcalco; ropa y zapatos, Madero; joyería, Donceles; fotografía, etc. Podemos hablar que la dinámica comercial del DF siempre se ha manejado en forma de lo que podríamos llamar clústers, quizás algo primitivos desde una concepción presente.

Estos incipientes clústers han estado y se mantienen allí a pesar del tiempo, no obstante en ocasiones tengo la sensación de que estos son percibidos por los planeadores urbanos como modelos de negocios “viejos” o “pasados de moda”. En lugar de pretender utilizar estas estructuras probadas como materia prima para el desarrollo de valor e innovación, muchas veces se opta por desaparecerlos y convertir los edificios que ocupaban estos negocios en un bonito Sanborns.

En las calles que se encuentran detrás de Palacio Nacional y que llegan hasta Izazaga hacia el sur y Circunvalación hacía el oriente se encuentra un verdadero clúster primitivo (ya me gustó el concepto) en amplia variedad de materia prima de textiles. La Ciudad de México, y en particular el Centro Histórico tienen las condiciones ideales para convertirse en una potencia en materia de producción de moda; las oportunidades van desde los bajos costos de las materias primas hasta los salarios competitivos del país.

Hay vocación hacia la moda en el centro del DF, pero para poder desarrollarla tenemos que ir olvidando la alta costura. La gran exigencia del mercado doméstico es la moda urbana; la moda que usamos a diario, la moda que sí es negocio. El escenario está puesto ¿Qué nos falta ahora? Falta verdadera vocación hacia la moda; allí es donde entran los empresarios con visión de gran escala, faltan diseñadores y gente con talento; allí es dónde tienen que participar las universidades, falta organización y un proyecto vinculante; allí es donde entra el gobierno. Si Colombia se distingue por la calidad de sus telas y Brasil por la frescura de sus propuestas, la Ciudad de México tiene el potencial en su diseño. México es percibido como un país de colores; aprovechemos la percepción internacional que ya hemos generado y demos al mundo lo que nos exige.

Bueno, es eso o dejar que los hipsters se apoderen del país.

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